13/5/11

Tú Eres Especial


Los Humiks eran gente pequeña hecha de madera. Todos estaban tallados por un artesano llamado Elí.

Su taller formaba parte de una colina con vista a la villa.

Cada “humiks” era diferente. Unos tenían grandes narices, otros grandes ojos. Algunos eran altos y otros bajitos. Algunos usaban sombreros, otros abrigos.

Pero estaban construidos por el mismo artesano y vivían en una preciosa villa.

Y todos los días, cada día, los “humiks” realizaban la misma tarea: Ellos se regalaban etiquetas unos a otros.

Cada “humiks” tenía una caja de etiquetas de estrellas doradas y una caja de etiquetas de puntos grises.

Al subir y bajar por las calles de la preciosa villa, la gente empleaba su tiempo en pegarse etiquetas de doradas estrellas o de puntos grises, unos a otros.

Los más hermosos, aquellos construidos con maderas pulidas y hermosos colores, siempre obtenían estrellas.

Pero si la madera estaba áspera o la pintura desconchada, los “humiks” pegaban etiquetas grises sobre ellas.

También los talentosos obtenían estrellas. Algunos podían levantar grandes garrotes sobre sus cabezas o saltar sobre cajas altísimas.

Aún otros sabían decir bellas palabras o podían cantar canciones hermosas.

Algunos “humiks” estaban totalmente cubiertos de estrellas. Cada vez que ellos obtenían una estrella, ¡los hacía sentirse tan bien!

Esto los impulsaba a querer hacer algo más para alcanzar otra estrella.

Sin embargo, otros, hacían cositas. Y obtenían puntos grises.

Cristóbal era uno de esos. Él trataba de saltar alto como los demás, pero siempre se caía.

Y cuando caía, los demás hacían una rueda alrededor de él y le daban puntos grises.

Algunas veces al caerse, su madera se arañaba, así que sus vecinos le daban más puntos grises.

Entonces, cuando trataba de explicar la causa de su caída, de sus labios salía alguna tontería, y los “humiks” le daban más puntos grises.

Después de un tiempo, Cristóbal tuvo tantos puntos grises feos que no quería salir a la calle. Tenía mucho miedo de hacer algo estúpido como olvidar su sombrero y caminar en el agua, y que la gente le volviera a dar otro punto. La verdad es que tenía tal cantidad de puntos grises sobre él, que cualquiera se le acercaría y le añadiría uno más hasta por gusto.

“El merece montones de puntos”, comentaban la gente de madera, de acuerdo unos con otros.

“Él no es una buena persona de madera.” Después de un tiempo, Cristóbal creyó lo que decían sus vecinos.

“Yo no soy un buen “humiks”, decía.

En poco tiempo, él salió a la calle y empezó a relacionarse con otros “humiks” que tenían un montón de puntos grises.

Él se sintió mejor alrededor de ellos.

Un día, él se encontró una “humiks” que era diferente a cualquiera de las que siempre había conocido.

No tenía ni puntos ni estrellas. Era puramente madera. Se llamaba Sofía.

Esto no se debía a que sus vecinos no trataran de pegarle sus correspondientes etiquetas; sino a que las etiquetas no se pegaban a su madera.

Algunos de los “humiks” admiraban a Sofía por no tener puntos, de modo que corrían hacia ella y le daban una estrella. Pero la etiqueta se despegaba. Otros no la tenían en cuenta al ver que ella no tenía estrellas, y le daban un punto.

Pero tanto la estrella como el punto se despegaban.

Yo quiero ser de esa manera, pensó Cristóbal.

No quiero marcas de nadie.

Así que le preguntó a Sofía, que no tenía etiquetas cómo ella había podido lograr tal cosa.

“Es muy fácil”, le contestó Sofía. “Todos los días voy a ver a Elí.”

“¿Elí?”

“Sí. Elí. El artesano. Y me siento en el taller con él.”

“¿Por qué?”

“¿Por qué no lo averiguas por ti mismo? Sube a la colina. Él está ahí.”

Y dicho esto Sofía, que no tenía etiquetas, dio la vuelta y se alejó dando saltitos.

“Pero, ¿querrá el artesano verme a mí?”, le gritó Cristóbal. Sofía no lo oyó.

Así que, Cristóbal, regresó a casa.

Se sentó cerca de una ventana y se puso a observar a la gente de madera cómo corrían de aquí para allá dándose estrellas o puntos unos a otros.

“Eso no es justo”, refunfuñó.

Y decidió ir a ver a Elí.

Él se acercó al estrecho camino que iba hacia la cima de la colina y fue en dirección al taller grande. Al entrar allí, sus ojos de madera se abrieron desmesuradamente ante las cosas que veía.

El escritorio era tan alto como él mismo. Tuvo que estirarse sobre la punta de sus pies para mirar la altura de la mesa de trabajo.

Un martillo era tan largo como su brazo. Cristóbal tragó saliva.

“¡No voy a quedarme aquí!”, y se dio vuelta para salir.

Entonces oyó su nombre.

“¿Cristóbal?” La voz era fuerte y profunda.

Cristóbal se detuvo.

“¡Cristóbal! ¡Que bueno que has venido! Ven y déjame mirarte.” Cristóbal se volvió lentamente y vio la gran barba del artesano.

“¿Tú sabes mi nombre?”, preguntó el pequeño humiks.

“Por supuesto que lo sé. Yo te hice a ti.”

Elí se inclinó, recogió del suelo a Cristóbal y lo colocó sobre la mesa de trabajo. “Hum,” dijo el artesano pensativamente mientras miraba los puntos grises.

“Parece que has recibido marcas malas.”

“No significan eso, de verdad, yo me esforcé mucho por no recibirlas, Elí.”

“Oh, no tienes que defender tus acciones ante mí, muchacho. Yo no me preocupo por lo que los demás humiks piensan.” “¿No te importa?” “No, y tú no deberías hacerlo tampoco. Quiénes son ellos para dar estrellas o puntos? Son humiks exactamente como tú. Lo que ellos piensan no importa, Cristóbal. Lo único importante es lo que yo pienso.

Y yo pienso que tú eres muy especial.”

Cristóbal sonrió “¿Especial, yo? ¿Por qué?

No puedo caminar aprisa. No puedo saltar. Mi pintura está desconchada. ¿Por qué soy importante para ti?”

Elí contempló a Cristóbal, puso sus manos sobre aquellas espalditas de madera, y habló muy lentamente. “Porque tú eres mío. Esa es la razón de que seas importante para mí.”

Cristóbal nunca había tenido a alguien que lo viera de esa forma – mucho menos su creador. No sabía que responder.

“Cada día he estado esperando que tú vinieras,” explicó Elí. “Vine porque me encontré con alguien que no tenía marcas,” dijo Cristóbal

“Lo sé. Ella me habló de ti.” “Por qué las etiquetas no se pegan sobre ella?”

El artesano habló suavemente. “Porque ella decidió que lo que Yo pienso es más importante que lo que ellos piensan. Las etiquetas únicamente se pegan si tú permites que lo hagan.” -- “¿Qué?”

“Las etiquetas sólo se pegan si son importantes para ti. Lo más importante es que confíes en mi amor, y dejes de preocuparte por sus etiquetas.”

“No estoy seguro de haber comprendido.”

Elí sonrió. “Lo vas a intentar, pero esto tomará su tiempo. Tienes demasiadas marcas. Por ahora, sólo ven a verme todos los días y déjame recordarte cuánto te amo.”

Elí levantó a Cristóbal de la mesa y lo puso sobre el piso.

Y cuando el “humiks” salía por la puerta, le dijo:

“Recuerda, tú eres especial porque yo te hice, y yo no cometo errores.”

Cristóbal no se detuvo, pero en su corazón pensaba: Eso explica por qué soy especial ante sus ojos.

Y al comprenderlo al fin, un feo punto gris cayó sobre la tierra.


Max Lucado

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